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Por ejemplo, un atleta destacado puede ser internado en un neuropsiquiátrico por tener su mente en mal estado, independientemente del estado de su cuerpo. Lo mismo ocurre con un gran intelectual, puede estar postrado por una enfermedad in- curable, aunque su mente se destaque por su genialidad. Este es el caso del científico cuadriplégico Stephen Hawking. O los dos ejemplos mencionados anteriormente pueden ser condenados por Dios por no haber tomado en cuenta las leyes espirituales y la salvación por medio de Cristo.

A Dios le interesa más nuestra vida interior, que nuestra vida exterior. Un autor dijo: “lo anterior se opone a lo interior”. Lo anterior es el “viejo hombre”, “la vieja naturaleza”, la “carne” que con sus hábitos o costumbres nos sigue llevando al camino de pecado. Aunque la persona ya haya sido salva, todavía le da lu- gar al diablo a través de hábitos y viejas costumbres que todavía forman parte del estilo de vida del nuevo cristiano.

A medida que renueva su mente y la sujeta a la Palabra de Dios, esos hábitos y viejas costumbres irán desapareciendo. Mientras que nuestra vida exterior refleja lo que la gente ve de nosotros, nuestra vida interior, refleja lo que ve Dios.

Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público ( Mt. 6:18).

En el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio (Rom. 2:16).

Lo que le hace bien a nuestra alma

Además de guardar la Palabra de Dios, también es conveniente que:

Busquemos a Dios para ser libres de toda influencia maligna.

Nuestra ocupación principal, debe ser consagrarnos a Dios.

Jacob…dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma (Gén. 32:30). Buscar a Dios diariamente, es estar sometidos a Dios, recién entonces el diablo huye de nosotros.

El Salmo 18: 2, nos sugiere que cuando hacemos a Dios nuestra roca, nuestro castillo, y nuestro libertador, nuestra fortaleza, nuestro escudo, y nuestro alto refugio. ¡Entonces estaremos seguros!

Amemos a Dios con todas las fuerzas

No podemos amar a Dios menos

¡Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas! (Dt. 6:5).

El amor a Dios es absolutamente excluyente, Él no quiere compartirnos con nadie, menos con algo o alguien que se haya constituido en otro “dios” o “ídolo”.

Cuando amamos menos a Dios, no sólo lo menospreciamos, sino que también le somos infieles, y nos hemos vuelto idólatras, y Dios abomina todo ídolo y toda especie de idolatría.

Antes, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servían a los que por naturaleza no son dioses (Gál. 4:8).

Obedezcamos a Dios, con rapidez

La obediencia a Dios debe ser perfecta. Aunque quienes usan la lógica para todo encontrarán muchas dificultades para obedecer a Dios sin restricciones.

Solamente que con diligencia cuiden de cumplir el mandamiento y la ley que Moisés siervo de Jehová les ordenó: que amen a Jehová su Dios, y anden en todos sus caminos; que guarden sus mandamientos, y le sigan a Él, y le sirvan de todo su corazón y de toda su alma (Jos. 22:5).

No busquemos cosas vanas

Ya dejamos de tener una vida superficial, para tener una vida de propósito. Antes gastábamos el tiempo en conversaciones frívolas y chabacanas, pero en Cristo, cambió todo. Condicionemos nuestra mente a pensar correctamente.

El que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. El recibirá bendición de Jehová, Y justicia del Dios de salvación (Sal. 24:4-5).

Esperemos en Dios, para todas las cosas

El tiempo que pasa inexorablemente no debe provocar en nosotros ningún afán, ni tampoco ansiedad. Sabemos que Dios nunca llega tarde, ni tampoco se anticipa. Nuestra confianza es tal en Su soberanía que sabemos que cuando las cosas se tienen que dar, se dan exactamente en el tiempo exacto.

Nuestra alma espera a Jehová; Nuestra ayuda y nuestro escudo es Él

(Sal. 33:18).

Nos gloriamos y gozamos, solamente en Dios

Muchas cosas pueden llamar nuestra atención, pero las que escojamos, que sean para darle toda la gloria a Dios.

En Jehová se gloriará mi alma (Sal. 34:2). Es recién entonces que las personas a nuestro alrededor se gozarán y se alegrarán juntamente con nosotros.

Tengamos una vida regular, de oración y ayunos

Ninguna vida se puede sustentar sin éstos ejercicios espirituales: la lectura diaria de la Biblia y la oración sin cesar, pero, cuando vamos más allá en la consagración, también el ayuno le hace mucho bien al alma.

Afligí con ayuno mi alma, Y mi oración se volvía a mi seno (Sal. 35:13). Madruguemos para alabar a Dios

Cuán cierto es que: “al que madruga Dios lo ayuda”. No hay nada más deleitoso que invertir las primeras horas del día en estar con Dios. El rey David madrugaba siempre.

Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré (Sal. 63:1).

Despierta, alma mía; despierta, salterio y arpa; Me levantaré de mañana. Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; Cantaré de ti entre las naciones (Sal. 57:8-9).

Congreguémonos regularmente

(No hagamos como algunos que dejan de asistir a la iglesia)

Es saludable estar en la presencia de Dios y participar de la comunión con los miembros de la iglesia.

Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo (Sal. 84:2).

El poder y la bendición de Dios fluyen para quienes se unen para adorarlo en espíritu y en verdad. Hacia ellos Dios envía, bendición y vida eterna (Sal. 133:3).

Pensemos en las obras de Dios, y en Sus intervenciones milagrosas

El pueblo de Israel perdió su criterio y su razón de ser, por- que perdió de vista lo que Dios había hecho a favor de ellos. ¿Cómo pudieron olvidar las obras poderosas de Dios? Pero el salmista no descuidó meditar en los hechos portentosos de Dios y en ello se alegraba su alma.

En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma (Sal. 94:19).

Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios (Sal. 103:1-2).

Rechacemos, lo mismo que rechaza Dios

Dios no está en contra nuestra por nuestros pecados, sino está a favor nuestro o por nosotros, en contra de nuestros peca- dos. Nuestros pecados hacen división entre nosotros y Dios. El no puede compartir con el pecado.

Dios detesta… los ojos altivos, la lengua mentirosa, Las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, Los pies presurosos para correr al mal, El testigo falso que habla mentiras, Y el que siembra discordia entre hermanos (Prov. 6:16-19).